Las copiosas lluvias del fin de semana evidenciaron la necesidad de incrementar la infraestructura de pozos de absorción y drenaje

Las copiosas lluvias que se han empezado a registrar en este año y a unos días de que inicie la temporada de huracanes 2012 en el océano Atlántico, de nueva cuenta evidencian lo fácil y rápido que puede inundarse Cancún y lo cada vez más costoso e intrincado que resulta desaguar las calles de la ciudad, sobre todo las que se ubican al Norte y Oriente de la urbe y en torno al megaproyecto de Puerto Cancún, además de los nuevos fraccionamientos, que carecen de pozos de absorción.

Ante ello, son muy válidos los indicios de que la ciudad está ante un grave riesgo de quedar bajo las aguas hasta por varios días, en caso de que de nueva cuenta un huracán llegara a impactar las costas del norte de Quintana Roo, como ocurrió hace más de seis años, con Wilma, y más de 23 años, cuando se padeció el impacto de Gilberto.

De la misma forma, hay elementos para suponer que en caso de que no se tomen medidas preventivas serias y de fondo pertinentes, el golpe de otra gran tormenta sobre Cancún y sus alrededores, podría ser de consecuencias más catastróficas a las de las dos experiencias previas, pues cada vez se cancelan más áreas y vías que sirven o funcionaban como desfogue natural del agua, sobre todo porque ha aumentado la depredación de manglares y humedales costeros en la región y ha crecido la plancha de concreto.

Las experiencias que se viven en cada temporada de lluvias, como la ocurrida en 2011, cuando se llegaron a registrar lluvias abundantes, se han logrado solventar en parte gracias a que las autoridades municipales tomaron previsiones para desazolvar a tiempo la mayoría de los pozos de absorción de la ciudad, pero quedó claro que cuando menos hace falta ampliar este tipo de infraestructura, la cual, sin embargo, con el crecimiento de la urbe y la cancelación de cada vez más humedales, tienden a perder su eficacia como alternativa viable para atenuar el impacto de tormentas y aguaceros.

Ante ello, especialistas en la materia, suponen que Cancún requerirá de acciones y obras de mayor envergadura para hacer frente a las tormentas y evitar que éstas conviertan cada vez con mayor frecuencia a las calles de la ciudad en una “pequeña Venecia” peninsular, con los riesgos que ello supone para la sanidad de los habitantes y de las aguas subterráneas, en especial aquellas que sirven para alimentar de agua potable al destino vacacional. De hecho, en este sentido ya hay síntomas de que en algunas zonas de Cancún, las aguas subterráneas ya tienen grados riesgosos de contaminación, como son las que se ubican en torno a la avenida Bonampak, en las inmediaciones de Puerto Cancún y ahora también la zona de Malecón Cancún.

La ventaja es que se trata de acuíferos que se ubican apartados de las zonas de captación, de donde se extrae el agua potable para abastecer la ciudad y la zona turística. Sin embargo, tal circunstancia podría cambiar, en caso de que no se asuman las medidas que eviten las inundaciones, las cuales además podrían afectar también a las áreas naturales protegidas cercanas a la ciudad, como son la Laguna Manatí y la de Chacmuchuc, por el escurrimiento hacia esas zonas de aguas pluviales contaminadas por la basura callejera y los aceites impregnados en los pavimentos de las calles.

Lo ocu rrido en Gilberto y Wilma Las experiencias vividas en la ciudad tras el embate de las dos grandes tormentas que han destrozado Cancún, reflejan lo que aprecian los expertos, como es el caso de la delegada peninsular Sureste del Colegio de Biólogos de México, Martha Elba Abundes Velasco, quien afirma que el problema en torno a las inundaciones no sólo de Cancún, sino de toda la franja costera de Quintana Roo, es la creciente desaparición de las zonas de escurrimiento natural, como son los humedales o los manglares. Las inundaciones provocadas por el huracán Gilberto en 1988 alcanzaron en algunas zonas de la ciudad hasta más de dos metros de altura.

Los casos más relevantes se registraron en las colonias Lombardo Toledano y Donceles 28, que se asientan en áreas que eran humedales y próximas a la costa, por lo que terminaron anegadas, más que por la lluvia, por la marejada, que fue muy intensa a causa de los fuertes vientos de la tormenta que al golpear las costas de Quintana Roo, traía vientos sostenidos de más de 280 kilómetros por hora y rachas superiores a los 320.

Sin embargo, en esa ocasión, esa agua acumulada en esas colonias y en menor medida en las colonias vecinas y el resto de la ciudad, drenó con rapidez y en menos de 24 horas ya había fluido hacia el mar, pues en aquellos días de finales de 1988, aún existía toda la zona de manglares en donde ahora se asienta Puerto Cancún. En cambio, para octubre de 2005, cuando el huracán Wilma golpeó durante más de 60 horas continuas las costas del norte de Quintana Roo, con vientos sostenidos de más de 150 kilómetros por hora y rachas que en algunos momentos estuvieron cerca de los 200, el agua que inundó hasta unos dos metros de altura esas mismas colonias, más zonas residenciales como Bahía Azul, tardaron en desaguar una semana.

Incluso, el fenómeno, según cuentan vecinos de este último fraccionamiento ubicado en el costado norte de Puerto Cancún, mantuvo casi de manera permanente el nivel del agua en alrededor de un metro durante aproximadamente una semana, con aguas que no estaban estancadas, sino que se veía que fluían, como si por esa zona habitacional tuviera el liquido su último canal de salida hacia el mar. Tal fenómeno, precisa Abundes Velasco, es una muestra clara del problema que se ha generado en la ciudad y en muchos puntos de la costa de Quintana Roo al desaparecer los manglares, pues de esa forma, el desarrollo urbano depredador y sin planeación, de a poco le ha ido restando a las zonas costeras sus causes naturales de escurrimiento del agua pluvial.